Marco teórico


¿Qué son los crímenes de odio?


Un crimen de odio es una conducta violenta motivada muchas veces por un prejuicio, y su producción y reproducción parecen propias de las sociedades humanas a lo largo de la historia. (Gómez,2005). En la década de los 80 fue cuando los términos crimen de odio y crimen por prejuicio fueron retomados en Estados Unidos a medida que empezó a tener un nuevo panorama en los ámbitos político, jurídico, social y académico.


Cuando se analiza el problema que representan los crímenes de odio dentro de una sociedad, cuyo bienestar depende por completo de la armonía entre los grupos que la conforman, es necesario comprender los factores que los causan, las circunstancias en las que se dan y las motivaciones y perspectivas de los que se ven involucrados en dichos crímenes de odio, ya sea en el papel de la víctima o del atacante. Espíritu (2004) escribe al respecto “(…) cuando un crimen es cometido debido a nuestras diferencias o prejuicios contra grupos raciales y / o de origen étnico, estos crímenes pueden dañar el tejido social de nuestra sociedad y fragmentar a las comunidades.” (p. 3). Acerca del prejuicio como factor causante del odio, agrega que “(…) el prejuicio personal parece ser el principal determinante del crimen de odio.” y “(…) uno podría argumentar que tal prejuicio probablemente surge dentro de un entorno que se puede modificar o cambiar.” Y termina diciendo “(…) los delitos no son necesariamente hechos aleatorios, ni son incontrolables ni tampoco inevitables.” (p. 3)


La postura de Antonina Espíritu se basa en la convicción de que ni el prejuicio ni el odio en sí mismo tienen por qué ser inherentes a las relaciones dentro de los distintos grupos que conforman al tejido social, independientemente de si estas diferencias pertenecen al ámbito religioso, político, étnico o sexual. Espíritu (2004) afirma que “(…) hay lugar para la intervención externa, para contener el problema. Sin embargo, para encontrar el tipo de intervención apropiada se requiere la identificación adecuada de los factores que pueden contribuir a los incidentes de este tipo de delitos” (p. 3).


Para el estudio de este fenómeno, se establecieron 3 conjuntos de variables para representar la diversidad racial, las características demográficas, y el estatus económico y cultural de los distintos grupos en conflicto. Espíritu (2004) señaló que “(…) La tasa de crecimiento de la economía del estado y la tasa de deserción escolar tienen una relación directa y estadísticamente significativa con los incidentes de delitos de odio.” Y explicó que “Aparentemente, una economía en crecimiento puede conducir a una mayor intolerancia, mientras que un número creciente de las personas que no reciben educación formal se traducen en más prejuicios y delitos de intolerancia” (p. 8).


Respecto del conjunto de variables raciales, se encontró que "(…) en promedio, si el número de asiáticos e isleños del Pacífico en proporción de la población total del estado fue 1% mayor, entonces se pronostica que el número de los incidentes de delitos de odio serán aproximadamente un 0,0002% más altos". (Espíritu, 2004, p. 8).


En conclusión, Espíritu (2004) escribe “(…) la tasa de deserción escolar y el número de asiáticos y de los isleños del Pacífico en proporción de la población del estado son indicadores significativos de un aumento en el número de crímenes de odio en todo el estado.”, aunque también agrega “(…) Es necesario recordar que el resultado de este estudio no especifica si los asiáticos serán los perpetradores o las víctimas de crímenes de odio” (p. 10), pues este estudio solo mide el número de incidentes denunciados, sin contemplar específicamente qué grupos tienen el papel de víctima o qué grupos tienen el papel del atacante dentro de cada caso particular. Respecto del papel de la deserción escolar dentro del problema, Espíritu (2004) señala que “(…) el hallazgo de que un número creciente de personas que abandonaron la escuela se traducen en más prejuicios y delitos de intolerancia puede estar diciéndonos que el crimen de odio es un comportamiento aprendido que puede rectificarse atacando la ignorancia” (p. 10).



Al respecto, comenta “La educación adecuada debe incluir no solo el reconocimiento y la tolerancia de la diversidad racial y sexual en Estados Unidos, sino también la apreciación de la importancia de las diferencias provocadas por tal diversidad. La enseñanza contra los prejuicios raciales debe comenzar en la primera infancia” (Espíritu, 2004, p. 10).

No obstante, surgen problemas al momento de analizar crímenes de odio con poblaciones relativamente pequeñas o de las cuales no se tiene un conteo formal, o cuando la fuerza policiaca no provee datos confiables sobre dichos incidentes. Green, Strolovich, Wong y Bailey (2001) afirman que “(…) estos problemas son más que evidentes en el estudio de los crímenes de odio dirigidos contra hombres homosexuales y lesbianas. Además de las incertidumbres habituales de determinar si la conducta delictiva está motivada por el prejuicio, existen las imprecisiones en la recopilación de datos” (p. 1). Respecto a la falta de denuncias realizadas ante autoridades, Green et al. (2001) describen que las víctimas “(…) temen dar a conocer su orientación sexual, desconfían de la gente o de la agencia a la que dirigen el informe, o creen que se lograría poco a través de denunciar” (p. 2). Sobre el conteo de las poblaciones de hombres y mujeres homosexuales, “(…) la orientación sexual no es rastreada por las encuestas gubernamentales o los registros administrativos. Otras encuestas (...) rara vez preguntan sobre la orientación sexual, y cuando lo hacen, el número de encuestados que reportan una orientación gay o lesbiana es demasiado pequeño para apoyar cualquier análisis espacial significativo” (Green et al., 2001, p.2).



Sin embargo, Green et al. (2001) aseguran que se puede realizar un estudio estadístico formal basado en medidas indirectas que predicen la población de individuos homosexuales en la población general y que se puede estudiar el número de ofensas criminales basadas en el juicio en contra de homosexuales con una precisión hasta el nivel de código postal. La medida indirecta usada en el estudio fue la siguiente “La concentración de hogares de hombres homosexuales fue tabulado contando el número de hogares compuestos por dos hombres mayores de 30 años no emparentados. Además, especificamos que ninguno de los residentes del hogar podría estar matriculado en el sistema educativo” (Green et al., 2001, p. 5). En cuanto a la fuente de los registros de crímenes de odio, Green et al. (2001) se refiere a “(…) La Unidad de Investigación de Incidentes de Sesgo de la Policía de Nueva York, que desde 1985 ha documentado e investigado actos ilegales cometidos contra una persona, grupo o lugar debido a la raza, religión, etnia u orientación sexual de la víctima” (p. 8).



Respecto a los resultados del análisis de densidad de población de hombres gay y los ataques hacia esta, Green et al. (2001) describen “La relación entre los crímenes de odio y la densidad de población gay es poderosa. (...) el orden de clasificación de la densidad de población y los delitos motivados por el odio están altamente correlacionados (r = 0,83)” (p. 12), para después aclarar “lo que indica que las áreas con mayor densidad de hombres homosexuales experimentan tasas sustancialmente más altas de delitos motivados por el odio” (Green et al., 2001, p.12). En cuanto al análisis de densidad de población de lesbianas y los ataques hacia esta, Green et al. (2001) especifican “(…) esta correlación resulta ser un notable 0,90, lo que sugiere que, dejando de lado el error de medición, los crímenes de odio ocurren donde las concentraciones de lesbianas son mayores” (p. 13).




Green et al. (2001) concluyen que “(…) dada la alta correlación entre la densidad de población y los delitos motivados por el odio, el conocimiento del lugar donde viven los hombres homosexuales y las lesbianas proporciona un mapa para los organismos encargados de hacer cumplir la ley y las organizaciones comunitarias que tratan de disuadir de tales incidentes” (p. 14). Sin embargo, también argumentan “(…) este vínculo es fortuito, ya que en muchas jurisdicciones se realizan pocos o ningún esfuerzo sistemático para recopilar datos sobre los delitos motivados por el odio contra los homosexuales” (Green et al., 2001, p. 14).

Algunos estudios demuestran que la prevalencia de la violencia sexual es mayor para las minorías sexuales en comparación con los heterosexuales. Todos los metaanálisis sugieren un riesgo desproporcionado de violencia sexual entre las minorías sexuales. Las investigaciones discutidas indican que las personas transgéneras corren mayor riesgo de sufrir violencia sexual que los hombres y mujeres cisgénero.


Hay similitudes importantes con la experiencia de la violencia sexual tanto en las comunidades LGBTQ como en las comunidades heterosexuales-cisgénero; por ejemplo, el perpetrador es generalmente conocido por la víctima, las drogas o el alcohol se utilizan a menudo para facilitar la agresión.


Según (p. ej., IISAMS; Schulze, Koon-Magnin y Bryan, 2019) en el estudio que realiza describe que no solo se ilustra la necesidad de identificar diferencias entre cómo LGBTQ y las personas heterosexuales-cisgénero experimentan violencia sexual, sino también entre los subgrupos LGBTQ.


Instrumentos como la Encuesta de Experiencias Sexuales (Koss y Gidycz, 1985) describen actos sexuales específicos sin colocar una etiqueta como "violación". Algunas encuestas piden a los encuestados que denuncien por sí mismos si alguna vez han sido violadas o agredidas sexualmente. Puede ser que los términos "violación" y "agresión sexual" tengan significados diferentes para las minorías sexuales que para los heterosexuales. Si este es el caso como lo sugiere la investigación (Schulze, Koon-Magnin y Bryan, 2019), entonces se necesita trabajo adicional para identificar estas diferencias y sus implicaciones para la divulgación, la presentación de informes y la prestación de servicios.